Los publicistas nos hemos metido a un ritmo bestial con tal de hacer consumir a la gente.  La hemos definido la meta más alta de nuestra profesión como si nada fuera más importante.

No nos hemos propuesto estimular al auditorio a pensar, reflexionar o bienconvivir. No. Solamente nos hemos propuesto hacerlo comprar ¡a toda costa! Nos olvidamos –o descuidamos- que sería muy conveniente cultivar en el consumidor otras conductas.  Convendría entusiasmarlo hacia la duda, a preguntar, observar y decidir con sinceridad. O, ¿no es esa actitud la que desearíamos en nuestros propios hijos?

Si en lugar de forzarlo, lográramos despertarlo a su sentido crítico, buscaría fielmente su genuino bienestar.  Si bajo estas condiciones llegara a comprarnos, sería -¡claro está! una compra verdaderamente consciente y convincente, además. Al adquirir nuestro producto bajo un estricto convencimiento, su compra sería repetitiva, seguro. Continuadamente buscaría repetir la satisfacción que le arrojó su anterior conducta.  Esto es así, un claro comportamiento fácil de comprobar.

Por otra parte, humano al fin, buscaría compartir su satisfacción con su gente cercana y nos recomendaría.

Añadido a lo anterior, obtendríamos un valioso resultado extra: estaríamos contribuyendo a la edificación de hombres y mujeres con libre albedrío. Ciudadanos con libertad de elección y no autómatas que obedecen sin cuestionar.  Personas con limpias decisiones, y no robots que sólo obedecen y aceptan órdenes incluso denigrantes.  Hombres y mujeres libres.

Y es con individuos así que se construye una sociedad libre. Una sociedad así resulta deseable porque es buena a nuestros ojos.  Una comunidad de esa naturaleza llenaría nuestras expectativas porque es fructuosa para el ser humano. Una ciudad constituida por humanos de esa índole aporta bienestar a propios y extraños.  Aporta una belleza pura y sincera, distinta a la anunciada en medios, de estética impuesta y enajenada.

Vamos, pues, a edificar con nuestra publicidad la belleza de nuestra ciudad.  Vamos aportando en nuestros mensajes el estímulo que cultive la inteligencia del consumidor y no su ignorancia conformista. Contribuyamos a su mayor sabiduría.

Aportemos en nuestros anuncios la sana estética que anhelan nuestras familias.  Elaboremos una iluminada argumentación nacida del respeto y no del engaño. Vivamos en nuestra delicada profesión los valores que hemos declarado como propios.

Comencemos a construir hoy el tipo de nación que habíamos soñado. Comencemos incorporando la verdad en nuestros mensajes y el entusiasmo por la excelencia en nuestras tareas cotidianas. Comencemos hoy, reconociendo la extraordinaria belleza de nuestro alrededor que espera que la descubramos. Comencemos hoy sintiéndonos particularmente afortunados por existir y estar vivos.

Contribuyamos a ajardinar este universo.

 

León Mayoral, MC

LEM Tecnológico de Monterrey 1987.

Master en Comercio Exterior EAE Barcelona 1989.

Master of International Management ESADE Barcelona 1991

Consultor Certificado CONOCER 2004

Doctorado en Educación 2007

direccion@leonmayoral.com