Todo empieza en nada, o, más bien, en casi nada. No precisamente en nada, porque la nada nada es y de la nada nada puede venir. Pero sí que todo, incluso lo grande, empieza por algo pequeño.

Los principios también tienen ese comienzo; el principio de todo principio es, en principio, algo pequeño. Hasta la meta más grande empieza por algo pequeño.

A mí, a ti, nada me falta para ser algo en vez de nada. Y no siendo nada, uno es casi todo.

El principio de todo es pequeño, así también con los principios. Pero así, pequeños, uno ha de protegerlos para evitarles el riesgo de morir apenas comenzados. Debe uno protegerlos como se protege a los niños recién nacidos y que son tan frágiles. Uno ha de avivar la llama del cariño para mantenerlos tibios, ha de cubrirlos con pensamientos adecuados y ha de alimentarlos con conductas pertinentes. Hay una forma de cuidarlos mientras crecen. Y eso ya sabemos hacerlo. Es posible encontrar en las montañas, cuando se están reforestando, unos pequeños tubos que se usan para proteger algo aún más pequeño, los brotes de pequeños árboles con que se reinicia la flora de un monte talado. Pequeñas plántulas son protegidas de esta manera contra los animales que pueden dañarlos.

Ese mismo fue el inicio de esa hermosa historia conocida que trasciende ya milenios. En su inicio, esa breve llamita fue protegida por actos y conductas que cumplieron en su momento con la función de proteger ese tesoro prometido que luego, con el tiempo se dio en cristalizar para fructificar en profundas intensidades que a la fecha nutren nuestros pensamientos y nuestros corazones. Es curioso pensar que logramos mantener vivo ese principio que luego se volvió un enorme tesoro. Una pequeña cantidad de personas lograron cuidar y atesorar ese principio que se volvió grande y terminó iluminando a una ingente cantidad de personas, a través de milenios y de geografías diversas.

Creer en los principios, si bien inician pequeños, tener de ellos la confianza plena de que llegarán a algo mayor y dedicarles nuestro cariño, nuestra intención, nuestra voluntad. Así llegarán a grandes.

Y en ese proceso, cultivarlos con continuidad y constancia. Eso les hará crecer dentro de nosotros mismos y contagiar a otros, creando una atmósfera exterior que los preserva y fortalece.

Y ya grandes, los principios, se vuelven a favor de quien los ha cuidado y cultivado. Les devuelve entonces confianza en sus propios pasos, por más sinuosos caminos que atraviese. Provoca una comunicación fluida que con entereza va construyendo redes, tramas y tejidos aportando fortaleza a quien los detenta. estimula el crecimiento, de la persona misma, del mismo principio y de las personas a quienes se les ha contagiado y transferido el principio mismo.

Los principios son ese fundamento sobre el cual se construye la persona humana y que le permite y propicia, provoca y potencia el avance continuado y constante hacia la meta del bien mayor que cada uno y todos persigue con pertinaz, si bien íntimo y personal, afán.

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León Mayoral

Publicitario miembro de ASPAC

Por un México bueno, culto, rico y justo.

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